Papá querido
Título: Papá querido
Autor: Cynthia Wila
Editorial: Emecé
ISBN: 9789500440981
Número de Páginas: 264
Comentario del libro
Cuando el silencio lastima
María recibe una llamada inesperada: su anciano padre con el que comparte una historia densa de amor, odio, secretos y silencios está internado en un hospital de Miami. Tras veinte años de distancia autoimpuesta, María decide viajar para estar presente en lo que quizá sean los últimos días de ese hombre que tanto quiso y padeció, y también para acompañar a su madre, víctima silenciosa del carácter poderoso y terrible de su marido. Lo que María no alcanza a vislumbrar es que con ese viaje se abrirá para ella una vía incierta de descubrimientos y revelaciones. Con el transcurso de los días y mientras lidia con un sistema de salud ajeno y despiadado, María comprende que explorar su pasado será indispensable para despejar el camino de una vida en la que su felicidad sea posible.
Cynthia Wila entrega a sus lectores una novela íntima y a la vez universal, donde vuelve a mostrar su talento para crear personajes de carne y hueso en los que es posible reconocerse. Con un suspenso psicológico que la recorre de principio a fin, Papá querido se interna en el delicado terreno de las relaciones filiales y muestra hasta qué punto pueden dañarnos o salvarnos justamente aquellos a quienes más amamos.
Cynthia Wila
Nació en Brasil, en 1971. Tras vivir en los Estados Unidos y Uruguay, se radicó en la Argentina. Se recibió de abogada en la Universidad de Buenos Aires y de licenciada en Psicología en la Universidad Argentina John F. Kennedy. Participó en numerosos seminarios y ha sido disertante en diversas jornadas de estudios psicoanalíticos. En la actualidad, se dedica a la práctica de la psicología clínica y a la escritura de novelas, cuentos y dramaturgia. Su obra teatral El amor y las pasiones, en coautoría con Gabriel Rolón, ha sido un éxito a nivel nacional. Junto a él también protagonizó El lado B del amor, exitosa obra teatral declarada de interés cultural, y nominada a los premios Estrella de Mar 2020. Juntos, han dictado conferencias en diferentes lugares de la Argentina y Uruguay. Un cuento de su autoría integra la antología Hace falta que te diga. Relatos de amor imposible (Emecé, 2017). Sus novelas Pasiones en guerra (Emecé, 2014) -declarada de interés cultural en las provincias de Corrientes y del Chaco-, El cuerpo prohibido (Emecé, 2016) y Eva y Juan (Emecé, 2019) fueron un éxito entre el público lector. Esta última, basada en la historia de amor de Eva Duarte y Juan Domingo Perón, está siendo adaptada para formato de serie televisiva.
Un breve adelanto
Hiere.
La vida hiere.
I
Eso pense? al mirar por la ventana de mi cuarto. Habi?a un jardi?n y ma?s alla? la pe?rgola con ores color a?mbar. Lorenzo, mi hijo, queri?a convencer a su papa? para entrar en la pileta. Un sol furioso prometi?a mucho calor desde temprano. Los amigos llegari?an por la tarde para ayudar- nos a preparar todo. Era la primera vez que festejari?amos en casa. Y yo, que habi?a despertado con una sonrisa poco comu?n, ahora estaba muda y seria, sin lograr despegar la vista del a?rbol ma?s antiguo del parque.
Era el u?nico que habi?a sobrevivido a la reforma. Se lo habi?a exigido al arquitecto. Desde nin?a amaba los pinos grandes. Y si bien este pino no era aquel, ni este parque era aquel, las sensaciones que me provocaba caminar des- calza sobre el pasto y regar las plantas cada tanto se pare- ci?an bastante a esas emociones que alguna vez fueron coti- dianas y hermosas, y que desaparecieron de cuajo, como si una mano negra las hubiera arrancado sin aviso, sin tiempo para preparar el corazo?n.
A pesar de la humedad que traspasaba las paredes, por mi cuerpo se metio? un sudor helado. Ya habi?an pasado dos horas y no podi?a moverme. Roma?n, mi marido, pensaba que dormi?a. No pude continuar. No supe que? decirle. Solo corte? para no seguir escucha?ndola. Porque su mensaje me dejaba heridas nuevas y sacudi?a las marcas que yo procu- raba mantener en control para que no lastimaran. Control. Como ella me habi?a ensen?ado.
Aquella man?ana, apenas abri? los ojos, la llamada de mi madre sono? a trave?s de Skype en la pantalla de la compu- tadora. La escuche? agitada, con la desesperacio?n de quien ha pasado una vida intentando cubrir, cubrirse, y ahora debe hablar sin velos porque no sabe co?mo enfrentarse a una tragedia sola. Sin alguien que la sostenga.
¿Qué pasó? fue mi primera reacción. Aunque lo supe al instante, antes de que ella hablara, porque quiza?s lo estaba esperando sin esperar, desde un lugar temerario y disimulado en mi memoria. Haci?a casi veinte an?os.
Nada grave... intento? sonar convincente. A unos pasos de ella, e?l pareci?a decirle algo. Hace unos di?as fui- mos a una guardia porque tu padre... le costo? decirlo pero no tuvo opcio?n no se senti?a bien. Se hizo un silen- cio que las dos respetamos. Ella trago? saliva y siguio?: Le dieron antibio?ticos. Los me?dicos dijeron que puede ser una bacteria. Respiro? hondo para continuar. Tiene que hacerse un estudio en el hospital porque hace una semana que va de cuerpo con sangre. Pero no quiere. Dice que una vez que te internan no sali?s ma?s... Ayer se cayo? en el ban?o. Lo cachetee? y logre? que llegara a la cama. Al rato se le paso?. Y no se? que? hacer... Entonces no pudo seguir.
Aparecio? su llanto. El llanto de la rabia contenida, la impotencia, el rencor contra sus propias decisiones. El que esconde ma?s gritos que angustia, el que cubre de la?grimas las palabras que han quedado sepultadas a lo largo de una vida de dolor. El llanto de la infelicidad.
Haci?a mucho tiempo que me habi?a jurado no volver a verlo. No hablarle. Borrarlo de mi mente. Enterrarlo vivo. Como e?l me habi?a enterrado a mi?. Y haci?a menos de dos horas lo habi?a visto de nuevo en un monitor. Luego de veinte an?os.
Estaba detra?s de ella, sentado en el sillo?n de un living lleno de luz. Los brazos cai?dos, los hombros chatos, pelo gris, sucio, desgarbado. Llevaba una camiseta blanca y las piernas desnudas. Miro? de reojo. Sabi?a que ella hablaba conmigo. Levanto? apenas el mento?n, y con los ojos llenos de encono y de reproche, me dijo: «Vas a tener que venir a enterrarme aca?».
Lo dijo como si supiera del entierro imaginario que yo antes le habi?a dedicado. Lo dijo para que escuchara su voz pastosa, que ya no era su voz; apenas una arruga de aquel tono grave que yo recordaba bien.
Ella continuo? entre sollozos y palabras sueltas que me pedi?an socorro. Pero no pude escucharla ma?s. Y a sabien- das de que necesitaba de mi?, le corte?. Con amabilidad le dije «despue?s te llamo». Y corte?. En control. Sin la?gri- mas ni furia. Aunque debi? de sentir el impacto de aquella imagen tenebrosa porque mi mano no pudo soltarse del mouse. Los dedos quedaron aferrados ahi?, o a la imagen de e?l, o a la voz o a ese llanto. No lo supe. Con el pun?o cerrado y un temblor que solo yo percibi?a. Como un pre- sagio, como los primeros temblores que salen del fondo de la tierra antes del terremoto fatal.
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